Dicen en la filosofía zen que los verdaderos bonsáis son tan sencillos que una mariposa puede volar a través de su follaje. Tal vez fue esa belleza sencilla la que enamoró a un joven de dieciocho años, mientras daba apenas sus primeros pasos en el negocio familiar; un humilde vivero, ese joven actualmente, es paisajista y preside el Club Zuliano del Bonsái.
Fernando Moncada recuerda que para 1979 eran muy escasos sus conocimientos de botánica y más aún, de este arte oriental, “Lo único que sabía era que las raíces iban para abajo y las hojas para arriba, estaba en cero, hablar de bonsái en Maracaibo era hablar de una utopía, uno iba a las librerías en busca de datos y los empleados ni siquiera sabían que existía la palabra bonsái”.
Pero la falta de libros y la ausencia de expertos a quien recurrir no lograron que Fernando ignorara la curiosidad que sintió al ver una pequeña matica alambrada en un envase, traída por su hermana desde el Instituto de Botánica Ornamental de Argentina, “En realidad aquel pequeño arbolito distaba mucho de lo que debía ser un bonsái, pero aun así me cautivó”.
Fernando entendió rápidamente que aquello tenía las mismas raíces de un árbol grande pero que se mantenía empequeñecido por técnicas originarias de China, y de inmediato comenzó a experimentar. En 1986 se enteró de que no era el único maracucho enamorado de este arte miniatura: “Participé en una exposición en la Facultad de Arquitectura de LUZ junto a otras tres personas que compartían mi afición. Una marabina experta en bonsáis que vive en Caracas nos visitó y no lo podía creer: “¿Bonsáis en Maracaibo?, imposible, esa gente no sabe de eso, cuando vio nuestros trabajos nos invitó a Caracas donde pudimos ver nuestra primera exposición, el simple hecho de entrar en ese salón nos abrió un mundo nuevo, no hizo falta siquiera hacer un taller; solamente ver”.
De las tres personas que iniciaron, hoy son al menos veinte las que han ayudado a formar el Club Zuliano del Bonsái., Todos han sido guiados por la tutoría de Fernando, un autodidacta que desde el primer día les dejó claro que, contrario a lo que se cree, en el mundo del bonsái no es el hombre el que dicta las pautas sino la naturaleza, que da vida y rumbo a su estética creación.